martes, 19 de abril de 2011

Un toque de Canela - Relato





Escuchar Diana Krall mientras se lee

Noelia llegó a su café favorito casi una hora antes de la película. Le encantaba repetir esa rutina cada domingo: elegir tranquilamente la película, coger un asiento en la quinta fila, comprar alguna chuchería antes de que las colas se hicieran interminables y, después, encaminarse a disfrutar del capuchino más rico de la ciudad. ''Con un suave toque de canela'', como lo pedía siempre.


Como cada domingo, Álvaro, el camarero, la vio entrar e intentó adivinar en qué mesa se sentaría. La de la ventana, que era su favorita, estaba ocupada por dos extranjeras que ojeaban una guía turística.


Mala suerte.


Menos mal que había un par de mesas libres junto al pequeño escenario y al viejo piano. A Noelia le encantaba observar a los músicos preparando el concierto que darían horas después. Se quitó el abrigo y, mientras sacaba del bolso el segundo libro que devoraba esa semana, buscó al camarero con un rápido vistazo. ‘‘¿Estará el rubito tan simpático? -pensó-. Sabe exactamente cómo me gusta el café y es tan agradable...''. Álvaro, que creía que García Márquez era una compañía perfecta para la chica perfecta, respondió a su rápido oteo con un respingo y, en unos segundos, estaba frente a ella: ‘‘¿capuchino con un suave toque de canela?'', le preguntó. ''Sí, por favor'', dijo ella. Noelia siempre contestaba con un cierto tono de sorpresa. Como si el hecho de que el camarero supiera exactamente lo que quería fuera un acontecimiento inaudito, que despertaba en ella una dulce sonrisa. ''Esa preciosa sonrisa bien merece una galleta de mantequilla de regalo'', decidió Álvaro. Y en apenas unos minutos, Noelia disfrutaba del aroma de su café mientras desenvolvía la galleta de su celofán rojo brillante.




Sonaba un disco de jazz de Diana Krall y la joven se sentía una privilegiada. En aquel café, a aquella hora, con aquel capuchino y su suave toque a canela mientras hacía tiempo para la película. El desenlace de El amor en los tiempos del cólera disparaba sus latidos. ‘‘¡Daría todos los capuchinos del mundo por vivir un romance así!''. Ese pensamiento debió de aturdirla un poco porque se percató de que se había tragado la galleta sin darse cuenta. Los granitos de azúcar glass habían salvado sus papilas gustativas sin apenas rozarlas. ''Jo...''. Se lamentó. ‘‘¿Te apetecen un par de galletas más?''. ''Mmm... -dudó ella, vergonzosa-. Sí, por favor. ¡Estaba tan rica!''. Álvaro notó cómo se ruborizaba. Le encantaba cómo sus mejillas adoptaban ese ligero tono rosado que le hacía tener un aspecto aniñado. Recordó alguna que otra ocasión más en la que le había pasado lo mismo: cuando tropezó con él y, sin querer, le echó el café encima, el día que olvidó en la mesa un diario con un corazón en la portada y, seguro, pensó que él le había echado un vistazo... ‘‘¿Qué película toca hoy?'', le dijo Álvaro intentando darle conversación. ''Amor y otras drogas, las comedias románticas me encantan'', respondió ella. Lo dijo justo antes de pedirle la cuenta, que cada domingo era la misma. ''Sí, otra comedia romántica en la que chico y chica tienen la suerte de ser unidos por el azaroso destino sin remedio. ¿Quién no desea que le suceda algo así? Pero yo paso tan desapercibida para que todo el mundo...'', pensó. U dejó el café sin mirar atrás como siempre. Mientras, Álvaro suspiraba recogiendo la taza y los 50 céntimos de propina. ‘‘¿Quién pudiera robarte el corazón? Hasta el domingo que viene princesa''.

1 comentario: